Esclavos de la pantalla
Lo primero y lo último que hacen seis de cada diez españoles entre 18 y 65 años todos los días es mirar su móvil. Las redes sociales se han colado a nuestra rutina hasta tal punto que ahora gran parte de jóvenes proyectan una falsa vida perfecta y se pasan el día en vilo esperando reconocimiento y reacciones al contenido que suben. La obsesión puede derivar en insomnio, depresión y ansiedad.
Ideadas para facilitar diversión, pasatiempos, recuerdos y conexiones con amigos a miles de kilómetros, las redes dieron paso de forma silenciosa a la idolatría del aparentar, la inmediatez y la constante necesidad de subir la autoestima, mientras el trato directo llegó a generar incertidumbre. Con el tiempo, el mundo cotidiano, el de la calle, poco a poco va perdiendo interés: en la vida real los procesos son más lentos, necesitas esperar, tener paciencia y no siempre salen como se quiere.
"Cada vez eso atrae menos, le produce aburrimiento. ¿Por qué? Pues porque la intensidad del estímulo en redes sociales es mucho mayor", explica a RT el psiquiatra Manuel Faraco. "Obviamente ya no se comparan con las niñas de su clase o con los niños de su clase, ni los del barrio, sino se comparan con 2.000 millones de personas que están compartiendo sus datos, sus fotos, y muchos de ellos además datos falsos, fotografías retocadas, con lo cual es una comparación con ideales inalcanzables realmente. Entonces esto hace muchísimo daño a la población menor de edad", explica.
"La realidad es que hay niños que no salen de casa, que lloran, que se autolesionan, que les genera mucha ansiedad y eso al final solo lo hace una adicción", confirma Paula Miralles, directora académica del centro barcelonés Desconecta que ayuda a los menores en sus trastornos de conducta.
Isabela, quien sintió en carne propia el nocivo impacto de las redes en su salud mental y percepción de sí misma, apostó por ser protagonista de su historia. La joven de 20 años no podía parar de compararse con la gente que le mostraban las plataformas y actualmente sigue en terapia.
"Que sí, que me puedes decir tal, probablemente lleva un filtro, no sé qué, pero es que me da igual", resumió la típica sensación que genera el uso de las redes. "Te ves con los filtros y luego te ves sin el filtro y dices: 'Joder, soy horrible'. Que no, no tienes por qué ser horrible, pero simplemente, claro, ves la diferencia", sostuvo.
Las redes sociales tiran a dar. El algoritmo conoce tus gustos, tus obsesiones, tus hobbies. Sabe perfectamente el tiempo que uno se pasa viendo cada video. No hay consejos mágicos ni caminos sin baches para recomponerse, encontrarse y evitar caer en un precipicio emocional, pero ahora Isabela tiene claro dónde necesita estar conectada. "Realmente cuando más conectado estás es cuando estás en la realidad, o sea, alejada del móvil con tu gente, con tus amigos", comentó.